libro-1: Capítulo 1 de 52
El Despertar
Un parpadeo. Luego otro. La luz era una intrusa, filtrándose a través de un dosel de hojas tan denso que convertía el día en un perpetuo crepúsculo esmeralda. Lyra inspiró profundamente, y el aire llenó sus pulmones con una mezcla de tierra húmeda, musgo antiguo y el aroma dulzón y penetrante de flores desconocidas. El suelo bajo ella era blando, un lecho de hojas y raíces entrelazadas que parecían haberla acunado durante una eternidad.
Intentó incorporarse, pero sus músculos protestaron con una rigidez dolorosa, como si hubieran olvidado su función. Un gemido escapó de sus labios, un sonido pequeño y perdido en la inmensidad del bosque. Finalmente, apoyándose en un codo, logró sentarse. El mundo se balanceó precariamente por un instante antes de asentarse.
Miró a su alrededor. Árboles. Gigantescos, nudosos, con cortezas que parecían rostros ancianos y sabios. Sus ramas se entrelazaban en lo alto, formando una catedral viviente. La luz que lograba atravesar dibujaba patrones danzantes en el suelo del bosque, motas de oro y jade sobre un lienzo de sombras profundas. No había caminos visibles, ni señales de civilización. Solo la imponente, silenciosa y sobrecogedora presencia del bosque.
¿Quién era?
La pregunta flotó en su mente como una hoja a la deriva. Intentó asirla, buscar una respuesta en los recovecos de su memoria, pero solo encontró un vacío. Un abismo liso y oscuro donde deberían haber estado los recuerdos, las experiencias, la identidad. Su nombre… ¿cuál era su nombre?
Un escalofrío recorrió su espalda, más frío que la brisa que se colaba entre los troncos. El pánico comenzó a burbujear, una marea helada que amenazaba con ahogarla. Se llevó una mano al pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón. Estaba viva, eso era innegable. Pero, ¿quién era esa "ella" que estaba viva?
Se observó las manos. Piel pálida, dedos largos y delgados, sin callos ni cicatrices que contaran una historia. Llevaba una túnica sencilla, de un tejido suave y resistente de color blanco hueso, ahora manchada de tierra y humedad. No había joyas, ni armas, ni ningún objeto personal que pudiera ofrecer una pista.
Se puso en pie con esfuerzo, sus piernas temblorosas como las de un cervatillo recién nacido. El bosque pareció contener la respiración, observándola. O quizás era solo su imaginación, exacerbada por el miedo y la confusión. Cada susurro de hojas, cada crujido de una rama lejana, sonaba como una advertencia o una pregunta.
Comenzó a caminar, sin rumbo fijo, impulsada por la necesidad primordial de encontrar… algo. Otro ser humano. Un refugio. Una respuesta.
El Bosque de Eldrath, aunque ella no lo sabía, no era un bosque cualquiera. Sus árboles eran antiguos, más antiguos que muchas montañas, y poseían una consciencia colectiva, lenta y profunda como el fluir de la savia. Habían presenciado el nacimiento y la caída de civilizaciones, el ir y venir de eras. Y ahora, sentían el despertar en su corazón. Una presencia nueva, o quizás, una muy antigua que regresaba.
Los susurros comenzaron de forma casi imperceptible. Al principio, Lyra pensó que era el viento jugando entre las hojas, o el murmullo distante de un arroyo. Pero gradualmente, los sonidos tomaron una cadencia, una cualidad casi vocal. No eran palabras en ningún idioma que reconociera, sino más bien impresiones, emociones crudas tejidas en el sonido. Curiosidad. Duda. Una tristeza insondable.
«¿Quién eres, niña de luz perdida?» Parecía decir el viento.
«¿Por qué has vuelto, alma fragmentada?» Murmuraban las raíces bajo sus pies.
Lyra se detuvo, presionando las manos contra sus oídos. «¿Hola? ¿Hay alguien ahí?» Su voz sonó frágil, absorbida por la inmensidad verde.
Solo el eco de los susurros le respondió, más insistentes ahora. Se sentía observada, no por ojos físicos, sino por una miríada de presencias invisibles. No era necesariamente hostil, pero sí abrumador. Como si todo el bosque estuviera examinándola, juzgándola.
Continuó su errático deambular. El tiempo perdió su significado. ¿Habían pasado horas o días? El sol, o su ausencia filtrada, era un marcador poco fiable en aquel reino de sombras y luz difusa. El hambre comenzó a hacerse sentir, un nudo en su estómago. La sed resecaba su garganta.
Encontró un pequeño arroyo, sus aguas cristalinas deslizándose sobre piedras cubiertas de musgo. Bebió con avidez, el agua fría un alivio bienvenido. Vio su reflejo en la superficie temblorosa: un rostro ovalado, ojos grandes de un color indefinido entre el gris y el violeta, enmarcados por pestañas oscuras. Cabello largo, de un color castaño claro con reflejos dorados, caía desordenado sobre sus hombros. Era una extraña. No se reconocía.
La desesperación amenazó con consumirla. Se dejó caer de rodillas junto al arroyo, las lágrimas brotando finalmente, calientes y amargas. Lloró por su pasado perdido, por su presente incierto, por el miedo aplastante a la soledad.
«No estás sola, aunque lo parezca.» El susurro fue diferente esta vez. Más claro, más cercano. Provenía de un árbol particularmente anciano, cuya corteza retorcida parecía formar el rostro de un anciano dormido.
Lyra levantó la cabeza, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. «¿Quién… quién ha dicho eso?»
El árbol no respondió de la misma manera, pero una sensación de calma emanó de él, envolviéndola como un abrazo invisible. Y con ella, una imagen fugaz en su mente: una torre de cristal brillando bajo un sol radiante. Una ciudad de luz.
Luminar.
La palabra apareció en su mente sin que supiera de dónde. ¿Era un recuerdo? ¿Una sugestión del bosque? No lo sabía, pero se aferró a ella como un náufrago a una tabla. Luminar. Un lugar de luz. Quizás allí encontraría respuestas. Quizás allí encontraría a alguien que la conociera.
Con una nueva determinación, aunque frágil, se puso en pie. Miró al árbol anciano. «Gracias», susurró, sin saber si la entendía.
El bosque seguía susurrando, pero ahora los sonidos parecían menos acusadores, más melancólicos. Como si lamentaran su partida, o quizás, el destino que la aguardaba.
Lyra eligió una dirección, guiada por una intuición que no comprendía, y comenzó a caminar de nuevo. El nombre "Luminar" resonaba en su mente vacía, una única estrella en una noche sin luna. Era poco, pero era suficiente para seguir adelante.
El sol comenzaba a descender realmente, tiñendo de naranja y púrpura los escasos jirones de cielo visibles. Las sombras se alargaban, volviéndose más profundas, más amenazantes. El bosque de Eldrath, con la llegada de la noche, revelaba otra faceta de su ser, una más antigua y salvaje.
Lyra apretó el paso, el miedo a la oscuridad total espoleándola. No sabía qué peligros acechaban en la noche de Eldrath, pero su instinto le gritaba que no quería descubrarlos.
Mientras caminaba, tropezó con algo semienterrado entre las raíces de un árbol. Se agachó, apartando las hojas húmedas. Era un fragmento de metal, extrañamente cálido al tacto, con grabados que parecían brillar débilmente en la penumbra. No era un arma, ni una herramienta. Parecía parte de algo más grande, algo roto.
Lo sostuvo en su mano por un momento. Ningún recuerdo acudió. Con un suspiro, lo dejó donde estaba y continuó. No necesitaba más misterios, no cuando su propia existencia era el mayor de todos.
El primer día de su nueva vida, o de la ausencia de la antigua, llegaba a su fin. Sola, perdida, y con un único nombre como guía, Lyra se adentró en la creciente oscuridad del Bosque de Eldrath, sin saber que su despertar ya había enviado ondas a través de un mundo que apenas comenzaba a recordar la Guerra de los Arcanos y los ecos de un poder olvidado. El Cronista Arcano había abierto sus páginas en blanco, y la primera palabra escrita era "Lyra".